viernes, 17 de junio de 2011

TEORIA SOBRE LAS MOSCAS

A lo largo de los últimos años he venido desarrollando una teoría sobre estos insectos tan aborrecidos por el público en general. Esta teoría se fue conformando mediante el conocido método científico en una versión más bien personal.
Resulta ser que existe cierto momento del día, preferentemente entre las 2 y las 5 de la mañana, en que las moscas se quedan absolutamente quietas. Inmutables. Ajenas a todo y a todos. A tal punto que uno puede quitarles la vida a través del sencillo acto de acercar lentamente el dedo en dirección perpendicular a la del plano imaginario que se establezca a partir de la superficie en que la mosca se encuentre adherida, sin detenerse al encontrarse con el cuerpo del insecto (siempre y cuando la superficie en cuestión ofrezca la debida resistencia).
Si nos encontramos en un modo más benévolo de experimentación y decidimos que asesinarlas es demasiado terrible, y entonces las tocamos con suficiente énfasis (y determinado “swing”), las moscas emprenderán un vuelo imperantemente sinuoso y “poco cuerdo”, por así decirlo. Se las notará en un estado comparable a la embriaguez, como si no tuvieran mucha idea del lugar en que se desarrolla su aleteo o el contexto amenazante que las rodea en ese instante. Y cuando detengan su vuelo se volverán (en la mayoría de los casos) a su estado de entregada quietud.
Esto me deja poco más que claro que mi teoría tiene una gran probabilidad de ser cierta: Las moscas duermen (quizás para muchos era obvio, para mí es un descubrimiento asombroso). Sin embargo, hace unos días, conversando con amigos y contando más o menos lo mismo que digo en estas líneas, alguien dijo algo determinante: “quizás se quedaron tildadas pensando en algo”. ¡Por supuesto! ¡Es algo totalmente factible! Instantáneamente surgió en mí una reformulación de la tesis: Algunas moscas duermen. Otras están enamoradas.

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